Siempre nos quedará Paris

OPINIÓN

Durante mucho tiempo la comunidad científica no se ponía de acuerdo sobre el cambio climático. Una parte afirmaba que no había tal y que todo era una consecuencia de los ciclos naturales del planeta Tierra y otros expresaban su preocupación por el desarrollo de un modelo energético, basado en el uso cada vez más intensivo de los hidrocarburos, que estaba acelerando el calentamiento, elevando la probabilidad de que la mayor parte del cambio climático fuera causado por el ser humano.

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Al final, el aumento del CO2 en el aire, con el consiguiente calentamiento global derivado del efecto invernadero, ha resultado ser una realidad testaruda, que ha acabado por poner a todos de acuerdo.

Así, en la última Cumbre del Clima, celebrada en París en diciembre de 2015, 195 países, es decir, la totalidad de los reconocidos por la ONU, firmaron el “Acuerdo de París

Los citados acuerdos pretenden evitar que el planeta aumente su temperatura media en más de dos grados durante los próximos cien años, incluso ver, si es posible, que no suba más de un grado y medio. Algún premio Nobel de Física (C. Llewellyn) ya ha expuesto la imposibilidad de cumplir dicho objetivo, salvo que seamos capaces de inventar una tecnología que capture el CO2 que ya hemos emitido.

Si no hiciéramos nada y continuáramos con el actual modelo energético, la temperatura media de la Tierra podría subir por encima de los cinco grados, con consecuencias nada deseables: crecimiento del nivel del mar, con inundación de importantes zonas, cambios de clima, áreas desertizadas con escasez de agua y alimentos, extinción de especies animales, con afectación de la actividad pesquera, fuertes migraciones de población derivadas del cambio de ecosistemas, aumento de enfermedades…

Este futuro, con aspecto de túnel, es el que ha logrado que los 195 países asistentes alcanzaran, al menos, un acuerdo de mínimos.

Si enfocamos hacia nuestro entorno próximo, España es un país desarrollado y, por ello, no nos hemos preocupado, hasta hace poco, del gasto energético. Ha tenido que venir la crisis, la subida de la factura de la luz y las directivas de la Unión Europea en materia de eficiencia energética, para que empecemos a tomar conciencia de la necesidad de ahorrar energía, así como de las considerables ventajas que conlleva hacerlo.

Hoy en día, no tiene sentido despilfarrar en casi nada y menos aún en energía. Por otro lado, no hacerlo beneficia, en primer lugar, al que adopta esa conducta, pues ahorra y está mejor considerado socialmente. En segundo lugar, también beneficia a la “comunidad de vecinos” del planeta, los actuales y los futuros, pues colabora a que no se produzcan las indeseables consecuencias arriba indicadas. Y en el caso de una empresa, con mayor motivo, pues el ahorro la hace más competitiva y tener una buena imagen incrementará  su número de clientes.

Por tanto, no demoremos lo que a todos conviene y apliquemos desde ahora todas las medidas a nuestro alcance para que nuestro consumo energético se reduzca. No es necesario disminuir para ello nuestro confort. La tecnología es nuestra gran aliada para lograrlo y evitar además, las indeseables consecuencias del cambio climático. Pero no olvidemos que, lo más importante, será la voluntad de conseguirlo y eso dependerá de todos y cada uno de nosotros.